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Narración del acto I de La casa de Bernarda Alba

Allí se encontraban la criada y Poncia, las dos encargadas de los oficios de la casa de Bernarda, en un verano fatigante sentadas en medio de una habitación de paredes gruesas y blancas.

El retoque de las campanas era incesante y retumbaba en la cabeza de las dos criadas. Poncia, mientras, le comentaba a la criada cómo había ido el inicio de la misa. Los curas de todos los pueblos se habían acercado para el funeral del esposo de Bernarda y Magdalena, la segunda hija de Bernarda, se había desmayado al verse tan sola con la muerte de su padre.

Las dos comentan la maldad de la ama y roban un poco de comida, ya que Bernarda les hace pasar hambre.

De repente, escuchan los gritos de la abuela que está encerrada en la habitación a causa de su locura. Por su parte, las criadas trataban de dar los últimos retoques a la casa para que todo estuviera reluciente cuando la multitud llegase. Bernarda hubiera matado a las dos muchachas si había algún imperfecto.

Mientras aseaban y se dejaban la piel fregando y procurando que todo estuviera en su sitio, Poncia seguía con sus maldiciones hacia su ama. Le comentaba a la criada que habían venido los parientes de Bernarda pero no los del difunto; ya que ninguno la soportaba.

Poncia se quejaba de haber pasado treinta años al servicio de Bernarda, con noches en vela si ella estaba enferma o aguantando su mal genio y, sin embargo, no recibir ningún agradecimiento por parte del ama. Sigue con su cháchara vanagloriándose de su fidelidad igual que un perro obediente. Pero dice que un día se hartará y se encerrará con ella para escupirla todo un año por cada mala pasada que le ha hecho y se burla por la suerte que le queda a ella y a sus cinco hijas: todas feas y, exceptuando a la mayor, Angustias, que tiene dinero al ser hija del primer marido, todas se quedarán con una mano y otra delante.

Suena el último responso y Poncia decide ir a escucharlo por la gran voz del cura para cantarlo.

La criada se queda sola y va cantando al ritmo de las campanadas cuando, repentinamente, ve a la mendiga pedir las sobras. La criada responde con irritación que las sobras serán para ella. La echa de allí encolerizada y sigue con su labor. En su soliloquio se lamente del difunto mientras recuerda los momentos que pasaba con él sin que Bernarda se enterase.

Entra el gentío en la casa, las cinco hijas y, por último, Bernarda que da voces a la criada y se queja de que aún hay cosas sucias.

Bernarda menosprecia a los pobres y se ve reprendida por algunas mujeres a quienes manda callar al igual que a Magdalena que está sumergida en llantos.

Bernarda pide limonada y ordena que los hombres no pasen por donde están las mujeres.

Las mujeres van platicando sobre algunos sucesos en la iglesia y sobre los hombres y Bernarda las reprende diciendo que no deben mirar más que al cura. Sin más dilación, Bernarda procede a las plegarias y todas responden las debidas palabras para continuar con la oración.

Los hombres le regalan una bolsa con dinero a Bernarda y todos se van yendo de su casa. Ella apresura a todo el mundo y maldice esperando que no vuelvan a pasar el arco de su puerta en mucho tiempo. Amelia le pide que no hable así y Bernarda responde con altanería quejándose del pueblo y de la gente que en él vive.

Poncia se lamenta de cómo ha quedado la casa después de la visita y Bernarda la corrobora. Pide un abanico y Adela le da uno colorista. Por esta acción se lleva una reprimenda por parte de su madre y pide que le den uno negro y que respete el luto de su padre. Martirio le ofrece el suyo y dice que no tiene calor, cuando Bernarda le recomienda que se busque otro, ya que en ocho años que durará el luto no sentirán el viento de la calle al igual que pasó en casa del abuelo y del padre de Bernarda. Después, les dice a sus hijas que comiencen a tejer el ajuar.

Magdalena se muestra indiferente ante este hecho, pues está segura de que no se casará y maldice su condición de mujer.

Bernarda, impertérrita, dice que se hará lo que ella diga cuando, de repente, la voz de su madre retumba en quejidos pidiendo que la dejaran salir. Bernarda accede y dice que la lleven al patio a tomar el aire y que se desahogue.

La criada le advierte de que la vieja se ha puesto sus joyas y dice que se quiere casar. Al sentir esto, las chicas se ríen. Bernarda le pide a la criada que vigile a su madre y que no se acerque al pozo, no porque se pueda hacer daño, sino para evitar que las vecinas la vean.

Al ver que Angustias no está, Bernarda, furiosa, la va a buscar y le pide explicaciones de a quién miraba y por qué desde el portón. Angustias dice que a nadie y su madre la sermonea mientras le pega. Poncia le pide que se calme y Bernarda manda irse a todas.

Poncia se queda con Bernarda y le comenta lo que estaban hablando los hombres: estaban hablando sobre Paca la Roseta y que a su marido lo ataron en un pesebre mientras a ella se la llevaron hasta lo alto del olivar con los pechos al aire mientras Maximiliano la tocaba igual que a una guitarra. Cuenta que la mujer llegó al día siguiente con el pelo suelto y una corona de flores. Bernarda sentencia que es la única mujer mala y Poncia le dice que es por el hecho de que es fuera de aquí, al igual que los hombres que fueron con ella, que son hijos de forasteros.

Poncia añade que los hombres decían muchas más cosas y que le da vergüenza repetirlas y que Angustias las estaba oyendo. Bernarda se queja y dice que salió a sus tías que eran mojigatas pero se sonrojaban con el piropo de cualquiera. Poncia la excusa diciendo que ya tiene 39 años y nunca ha conocido varón, al igual que las otras cuatro que ya son mayorcitas y están en edad de merecer. Bernarda, en cambio, dice que no les hace falta tener ningún novio; no hay hombre en cien leguas que sean merecedores de ellas. Las dos mujeres discuten y Bernarda sentencia que no se tienen confianza y que solo está allí para servirla.

Amelia y Martirio hablan donde antes hablaban las dos mujeres grandes y Martirio se muestra triste, desesperanzada y sin ánimo; Amelia trata de animarla. Van comentando cosas al azar hasta que llegan a hablar de Enrique Humanas, un hombre que estuvo detrás de Martirio y la dejó plantada una vez que se tendrían que haber visto; lo que no sabe, es que Bernarda mandó recado a Enrique Humanas que ni se atreviera a pisar sus tierras.

En cuanto entra Magdalena, cambian de tema y se quejan del tiempo pasado, donde eran mucho más felices y las cosas eran muy diferentes.

Magdalena cuenta que Adela se ha puesto un vestido verde que se hizo para su cumpleaños y en el corral les decía a las gallinas que la mirasen mientras ella no se pudo contener la risa. Amelia pensaba en las consecuencias si su madre la hubiera visto. Magdalena se lamenta por Adela, que es la menor y quiere verla feliz.

Cambian de tema y se preguntan por la hora. De pronto, empiezan a hablar sobre Angustias y de que Pepe el Romano viene a pedir su mano. Amelia y, sobre todo, Martirio fingen una falsa alegría por su hermana. Magdalena, por su parte, admite que se lamenta porque Pepe solo busca a Angustias por su dinero y no a ella como mujer, ya que es la más fea de todas y se hace cada vez más vieja y enfermiza; cosa que corrobora Amelia.

Entra Adela y le advierten de que si su madre la ve le arrancará los pelos. Halagan cómo le queda el vestido y le recomiendan que lo tiña de negro o que se lo regale a Angustias para la boda con Pepe; con esto, Adela se sorprende y se queda conmocionada. No quiere creer lo que oye y piensa que el luto por la muerte de su padre la ha cogido en la peor época y no quiere acostumbrarse al encierro que esto supone, con las consecuencias que acarrea: la piel arrugada, su piel descolorida… Quiere salir con su vestido y pasearse por las calles.

La criada avisa de que Pepe el Romano se acerca por lo alto de la calle y todas van a verlo, excepto Adela que se muestra indiferente.

Bernarda y Poncia hablan sobre la fortuna de Angustias y lo infortunadas que son las demás.

Entra Angustias y Bernarda la reprende por haberse maquillado tras la muerte de su padre, aunque Angustias se excusa recordándole que su padre no es este; su padre murió hace tiempo. Sin embargo, Bernarda le replica y le ordena al menos tener respeto y que se quite el maquillaje y deje de ser buscona.

Poncia, mientras tanto, le pide calma y que no sea tan inquisitiva. Bernarda, con su carácter impertérrito, más preocupada por el qué dirán que por los sentimientos de sus hijas, dice estar segura de lo que hace, por mucho que su madre esté loca. Magdalena, de repente, entra y dice que si están hablando de las particiones, Angustias, como es la más rica, se puede quedar con todo, en forma de recriminación. Pero Bernarda golpea en el suelo y recuerda que hasta que ella muera mandará en lo de ella y en lo de sus hijas.

Entonces, La madre de Bernarda, María Josefa, entra y le pide a su hija que le dé todo lo que es suyo, ya que no quiere que nadie se quede ni con un solo anillo; ninguna se casará. La criada, con pavor, se disculpa por dejarla entrar y María Josefa dice que se quiere casar lejos de aquí, en la orilla del mar. Y, aunque bernarda la manda callar, ella prosigue afirmando que no quiere ver a las chicas con el corazón hecho polvo y prefiere irse a su pueblo y tener un varón que le dé alegría.

Bernarda se encoleriza hasta la coronilla, con su siempre impertérrito carácter, y pide que se la lleven mientras su madre pide a gritos que la dejen y que se quiere casar a la orilla del mar.


El telón se cierra.

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