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Dafne transformada en laurel
Ovidio: Metamorfosis I, IV

 

Apolo, presuntuoso de su éxito sobre la serpiente Pitón, viendo a Cupido con el apercibido carcaj, le amonestó:

 

-Dime, joven afeminado: ¿qué pretendes hacer con esa arma más propia de mis manos que de las tuyas? Yo sé lanzar las flechas certeras contra las bestias feroces y contra los feroces enemigos. Yo me he gozado mientras veía morir a la serpiente Pitón entre las angustias envenenadas de muchas heridas. Conténtate con avivar con tus candelas un juego que yo no conozco y no pretendas parangonar tus victorias con las mías.

 

-Sírvete tú de tus flechas como mejor te plazca -respondió el Amor- y hiere a quienes te lo pida tu ánimo. Mas a mí me place herirte ahora. La gloria que a ti te viene de las bestias vencidas me vendrá a mí de haberte rendido a ti, cazador invencible.

 

Dichas estas razones, voló Cupido y se detuvo sobre el Parnaso; y disparó dos flechas; con una clavó el amor, y el desdén con la otra. Flecha de oro, la amorosa, aguda y sin remedio. Flecha plomiza, la desdeñosa, y roma. Aquella atravesó el pecho de Apolo, y esta el de la ninfa Dafne. Conoció el dios la pasión violenta y fue el amante de la hija de Peneo, la cual se refugió en el bosque pretendiendo, como Diana, dedicarse a la caza.

 

Muchos la pretendieron; mas ella despreció a muchos por no cejar en sus silvestres gustos. Y decíale su padre:

 

-Hija, yo desearía que te casaras. ¡Cuánto sueño con tener nietos!

 

Le sonrojaban tales deseos; el matrimonio le parecía un crimen; entre los brazos de su padre suplicaba por su virginidad, recordándole el don que a Diana concedió Júpiter. Peneo consintió, no sin decirle que su belleza y sus gracias eran los peores enemigos de su resolución.

 

Apolo la vio; y verla fue enamorarse y sentir los apremios del deseo. Creyó con constancia conseguida por fin. Vana espera. Fuego violento consumía el corazón varonil. Viendo los rubios cabellos de la ninfa caer sobre sus espaldas, se decía:

 

-¿Cuál no sería su belleza si estuvieran peinados con arte?

 

Viendo sus ojos, rútilos como dos estrellas, su boca bermeja, sus dedos, sus manos y sus brazos desnudos, conmovíase. Y su amor se desbocaba imaginando otras bellezas ocultas.

 

En vano la pretendió. Esquivábale ella con la ligereza del viento.

 

-¡Espérame, hermosa mía! -clamaba Apolo-. ¡Espérame! ¡Que no soy ningún enemigo de funestas ideas! ¡Húyale el cordero al lobo, el ciervo al león y la paloma al águila, porque sus enemigos son; pero no me huyas, porque únicamente el más inmenso amor me impulsa! ¡Espérame, porque pudieras caer sobre las espinas del camino, siendo yo, sin querer, la causa! ¡Sigues el rumbo más disparatado!... ¡Si moderas la ligereza de tu huida, moderaré la ligereza de mi persecución!... ¡Piensa que no soy pastor que conduzca rebaños al son de un caramillo y procura entender el precio de tu conquista! ¡Si me conocieras... seguro estoy de que, si no esperarme, no me esquivaras con ese ahínco!... Delfos, Claros, Tenedos y Petara me rinden los honores debidos. Hijo de Júpiter soy, y adivino el porvenir y soy sabio del pasado. Yo inventé la emoción de acortar el canto al son de la lira; mis flechas llegan a todas partes con golpes certeros. Mas, ¡ay!, que me parece más certero quien dio en mi blanco. Siendo el inventor de la medicina, el universo me adora como a un dios bondadoso y benefactor. Conozco la virtud de todas las plantas..., pero ¿qué hierba existe que cure la locura de amor? Se conoce que mis méritos, útiles para todos los mortales, únicamente para mí no tienen poder ni prodigio.

 

Mientras hablaba así logró Apolo acortar la distancia que les separaba; pero Dafne de nuevo huyó ligera... con hermosura acrecentada. Sus vestidos volados y semicaídos... Sus cabellos dorados y flotantes... Divina, sí. Debió pensar Apolo que más le valían que las melodiosas palabras, en aquella ocasión, los pies ligeros... y arreció en su carrera. Y fue aquello... como una liebre perseguida por un galgo en campo raso, espectacular y definitivo. ¿La alcanza? ¿No la alcanza?.. Ya los varoniles dedos rozan las prendas femeninas... ¡Y cómo palpita el corazón entonces!...

 

Llegó Dafne a las riberas del Peneo, su padre, y le dijo así, desconsolada:

 

-¡Padre mío! Si es verdad que tus aguas tienen el privilegio de la divinidad, ven en mi auxilio..., o tú, tierra, ¡trágame!... porque ya veo cuán funesta es mi hermosura...

 

Apenas terminó su ruego, fue acometida por un espasmo. Su cuerpo se cubre de corteza. Sus pies, hechos raíces, se ahondan en el suelo. Sus brazos y sus cabellos son ramas cubiertas de hojarasca. Y, sin embargo, ¡qué bello aquel árbol! A él se abraza Apolo y casi lo siente palpitar. Las movidas ramas, rozándole, pueden ser caricias.

 

-Pues que ya -sollozó- no puedes ser mi mujer, serás mi árbol predilecto, laurel, honra de las victorias. Mis cabellos y mi lira no podrán tener ornamento más divino. ¡Hojas de laurel! Los capitanes romanos triunfantes, subidos al Capitolio, ostentarán coronas arrancadas de ti. Tú cubrirás los pórticos en el palacio de los emperadores; y así como mis cabellos permanecen sin encanecer nunca, así tus hojas jamás dejarán de aparecer verdes.

 

Cuando Apolo terminó de hablar, el laurel pareció descender sobre su cabeza, como aceptando los ofrecimientos que le acababa de hacer.

Retrato de Ovidio (1499), de Luca Signorelli

Dafne y Apolo (1622-1625), de Bernini

Dafne y Apolo. Benedetto Luti. Años 1770. Palacio del Agua, Varsovia.

Jean Baptiste Van Loo (1684-1745): Apolo y Dafne. Museo de Arte de Budapest

Francesco Petrarca: Soneto XXXIV

 

Apolo, si el deseo ha perdurado
que te inflamaba en la tesalia onda,
y si la amada cabellera blonda,
tras tantos años, no la has olvidado,

del perezoso hielo y tiempo airado,
que durará mientras tu faz se esconda,
defiende a la honorable y sacra fronda
en que, después de tú, yo me he enredado;

y por virtud de la esperanza amante
que te hizo soportar la vida acerba,
bórrale al aire los nubosos trazos;

y admirados veremos al instante
a nuestra dama estar sobre la hierba
y hacerse sombra con sus propios brazos. 

 

Francesco Petrarca

Actividades
  1. Busca información sobre Ovidio, Petrarca y Garcilaso de la Vega y elabora una breve biografía de cada uno de ellos.

  2. Investiga y comenta la importancia de estos autores en su época.

  3. Algunos de los mitos antiguos se han hecho famosos y su trascendencia ha llegado hasta nuestros días. Haz un breve resumen de los mitos protagonizados por Zeus, Afrodita, Ares, Atenea, Hades, Hermes, Poseidón y Eros.

  4. Investiga qué es una ninfa y cuál es su importancia dentro de la mitología.

  5. Resume cada uno de los textos.

  6. Indica la estructura del texto de Ovidio.

  7. Indica la estructura del texto de Petrarca.

  8. Analiza la estructura métrica del soneto y relaciónala con el contenido.

  9. Señala y comenta los recursos retóricos del poema de Garcilaso.

  10. Señala qué aporta o mejora Garcilaso respecto al texto original de Ovidio.

  11. Razona justificadamente cuál de los dos autores profundiza más en el momento de la transformación o metamorfosis de Dafne.

  12. Explica, sobre el texto de Ovidio, si la pasión de Apolo por Dafne fue efecto del azar o de una venganza.

  13. ¿Qué aspectos del mito se repiten en los sonetos de Petrarca y Garcilaso?

  14. ¿Los dos sonetos tratan del mismo tema? Justifica la respuesta.

  15. En el soneto de Petrarca, ¿qué comparte este con Apolo? ¿Dónde y con qué recurso se pone de manifiesto?

  16. ¿Qué imagen de la amada compartida con Apolo ofrece Petrarca al final del soneto?

  17. Graba el poema de Garcilaso o de Petrarca con tu voz y ponle música. También puedes hacer una presentación digital. Sube este podscat al blog.

  18. TRABAJO COOPERATIVO. Transformad el texto de Ovidio en un texto teatral. A continuación, lo representaréis y grabaréis.

Garcilaso de la Vega: Soneto XIII

 

A Dafne ya los brazos le crecían

y en luengos ramos vueltos se mostraban;

en verdes hojas vi que se tornaban

los cabellos qu'el oro escurecían;

 

de áspera corteza se cubrían

Los tiernos miembros que aun bullendo 'staban;

los blancos pies en tierra se hincaban

y en torcidas raíces se volvían.

 

Aquel que fue la causa de tal daño,

a fuerza de llorar, crecer hacía

este árbol, que con lágrimas regaba.

 

¡Oh miserable estado, oh mal tamaño,

que con llorarla crezca cada día

la causa y la razón por que lloraba!

 

El más difundido de los retratos apócrifos del poeta. En realidad, se trata del sobrino de Garcilaso.

Ovidio, Petrarca, Garcilaso
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