De niño conoció a un freire templario que capitaneaba una nave del Temple y que le enseñó a navegar. Cuando entró en la Orden del Temple se hizo cargo de una gran nave, con la que navegó entre el Levante mediterráneo e Italia, llevando peregrinos y ejerciendo el corso. Cuando San Juan de Acre fue conquistada, embarcó en su nave a mucha gente desesperada que quería huir y que le pagó muy bien el gran servicio de salvarles la vida.

El 5 de abril de 1291 los Caballeros Templarios se vieron obligados a defender la última ciudad cristiana de envergadura, San Juan de Acre, ubicada en la actual Israel de un gigantesco ejército musulmán. Semanas después perdieron la urbe, la batalla y la guerra. Lucharon espada en mano hasta la última gota de sangre liderados por Guillaume de Beaujeu, su Gran Maestre.

No fue la guerra santa la que acabó con los templarios, sino otra más terrenal. La orden cayó víctima de la lucha de poder entre Felipe IV de Francia y el papado. La ambición y el fanatismo del monarca instigaron un oscuro proceso que se saldó con la disolución del Temple.

Entre el 1462 y el 1472 Catalunya vivió una devastadora guerra civil. Habían pasado cincuenta años desde el compromiso de Caspe, pero la llegada de los Trastámara al trono todavía no se había asimilado. La mala relación entre el rey Juan II y su primogénito, Carlos de Viana, fue la excusa perfecta porque las instituciones catalanas y la monarquía midieran sus fuerzas. De trasfondo, un país que todavía sufría los excesos del feudalismo.