De Fernando de Rojas a Eduardo Mendoza
Los pintores
cubanos en La transparencia del tiempo
¿Tú sabes cuánto les sacó a los dos cuadros de Portocarrero, al de Amalia Peláez, al de Montoto y a unos dibujos de Bedia que se llevó para Miami?... Después de la inversión y de pagarles a todos los que tenía que pagarles para sacar los cuadros de aquí se quedó con setenta rayas limpias de paja y polvo, men. Así, de una mano para otra. ¡Setenta mil dólares! ¡Y tú no te imaginas quiénes son algunos de sus clientes aquí de Cuba y las cosas que ha vendido Bobby!... ¿No oíste hablar de unos paisajes falsos de Tomás Sánchez que andaban circulando por Miami?
La transparencia del tiempo (Página 31)
Dibujante, pintor y creador de instalaciones. Sus personajes son difuntos que viven de alguna manera entre los vivos. Semidioses, seres híbridos, ancestrales. José Bedia ha asimilado tradiciones de la santería afrocubana, de los indios siux y cheroquis, de los mexicanos de Palo Monte, de los lunda chokwe de Zambia o de los chamanes amazónicos. Se ha sumergido en esas culturas conviviendo con ellos en estancias prolongadas. Y luego ha pintado sus grandes lienzos con figuras impregnadas de simbolismo.
Iniciador de una pintura mestiza que unía modernismo occidental y símbolos africanos o caribeños, se codeó con todas las vanguardias del momento. Su obra profundamente comprometida, exploradora de diversidad de expresiones y de medios, desde la pintura al dibujo, del grabado a la cerámica, persigue el mismo combate que su amigo Aimé Césaire: “pintar el drama de su país, la causa y el espíritu de los Negros”. Lam tomó consciencia desde muy joven de la cuestión racial y de sus implicaciones sociales y políticas.
Parco en el hablar, se torna locuaz si es sobre su obra. Considera su base la tradición y cultura visual hispánica. Y acota: «siempre me impresionó mucho más Velázquez que Durero». En Montoto impera cada vez más el sentido de la economía de medios. Las frutas -suaves, jugosas, sonrosadas- aparecen como un elemento de sensualidad, que también tiene que ver con su personalidad. «Ellas activan el deseo, el apetito carnal», dice.
Su obra constituye un monumento a la defensa de los valores identitarios de la cultura cubana. Afianzándose en estas raíces, supo proyectarlas en un lenguaje universal de singular unidad.
Con una vastísima obra, esencialmente vanguardista, Amelia incursionó en los murales y de ella se conserva, entre otros, el conocidísimo mural que decora la fachada del Hotel Habana Libre Tryp, realizado en 1957.
Considerado el pintor más destacado de su país, se interesó también por la cerámica, la escenografía y la ilustración de libros. El gran mural de la cárcel de la Habana (1942) marcó el inicio de una serie de murales ejecutados en diversos lugares públicos. Consciente de su notoriedad artística, trató numerosos temas en formas de series; principalmente sobre Cuba, su espíritu, su gente y sus fiestas populares. Su trabajo se caracteriza por un gran dinamismo expresivo que suele traducirse por pinceladas vivas.
"Me diferencio de los paisajistas clásicos en el sentido de que no represento lugares específicos, yo busco impresiones que en una gran medida están muy marcados por la experiencia de la meditación, la meditación mística". Para el artista, la mente puede ser "un jardín de Edén en plena satisfacción y armonía", o un "basurero lleno de temores, deseos, angustias frustraciones", mientras que la meditación permite encontrar un balance y una paz.